martes, 1 de octubre de 2013

LECTURA DE EL UNIVERSO- PRIMER BIMESTRE- MATEMÁTICAS II CICLO ESCOLAR 2013-2014 - 01102013 DEL BLOG


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Prólogo

La revolución inadvertida

Las revoluciones científicas tienden a asociarse con las grandes
reestructuraciones de las perspectivas humanas. El alegato de Copérnico de
que la Tierra no ocupaba el centro del universo inició la desintegración del
dogma religioso y dividió a Europa; la teoría de Darwin de la evolución
derrumbó la centenaria creencia en el especial papel biológico de los humanos;
el descubrimiento por Hubble de que la Vía Láctea no es sino una más entre
los miles de millones de galaxias desperdigadas a todo lo ancho de un universo
en expansión abrió nuevos panoramas de la inmensidad celestial. Por tanto, no
deja de ser llamativo que la mayor revolución científica de todos los tiempos
haya pasado en buena medida desapercibida para el público en general, no
porque sus implicaciones carezcan de interés, sino porque son tan destructivas
que casi resultan increíbles, incluso para los propios revolucionarios de la
ciencia.
La revolución a que nos referimos tuvo lugar entre 1900 y 1930, pero pasados
más de cuarenta años todavía truena la polémica sobre qué es exactamente lo
que se ha descubierto. Conocida en general como la teoría cuántica, se inicia
como tentativa de explicar determinados aspectos técnicos de la física
subatómica. Desde entonces, se ha desarrollado incorporando la mayor parte
de la microfísica moderna, desde las partículas elementales hasta el láser, y
ninguna persona seria duda de que la teoría sea cierta. Lo que está en cuestión
son las extraordinarias consecuencias que se derivarían de adoptar la teoría
literalmente.
Aceptarla sin restricciones conduce a la conclusión de que el mundo de nuestra
experiencia –el universo que realmente percibimos– no es el único universo.
Coexistiendo a su lado existen miles de millones de otros universos, algunos
casi idénticos al nuestro, otros disparatadamente distintos, habitados por
miríadas de copias casi exactas de nosotros mismos, que componen una
gigantesca realidad multifoliada de mundos paralelos.
Para eludir este estremecedor espectro de esquizofrenia cósmica, cabe
interpretar la teoría de manera más sutil, aunque sus consecuencias no sean
menos fantasmagóricas. Se ha argumentado que los otros universos no son
reales, sino tan sólo tentativas de realidad, mundos alternativos fallidos. No
obstante, no se pueden ignorar, pues es central para la teoría cuántica, y se
puede comprobar experimentalmente, que los mundos alternativos no siempre
están completamente desconectados del nuestro: se superponen al universo
que nosotros percibimos y tropiezan con sus átomos. Tanto si sólo son mundos
fantasmales como si son tan reales y concretos como el nuestro, nuestro
universo no es en realidad más que una infinitésima loncha de la gigantesca
pila de imágenes cósmicas: el «superespacio». Los siguientes capítulos
explicarán qué es este superespacio, cómo funciona y dónde nos acomodamos
nosotros, los habitantes del superespacio.
Habitualmente se cree que la ciencia nos ayuda a construir un cuadro de la
realidad objetiva: el mundo «exterior». Con el advenimiento de la teoría
cuántica, esa misma realidad parece haberse desmoronado, siendo sustituida
por algo tan revolucionario y extravagante que sus consecuencias aún no han
sido debidamente afrontadas. Como veremos, o bien se acepta la realidad
múltiple de los mundos paralelos o bien se niega que el mundo real exista en
absoluto, con independencia de nuestra percepción de él. Los experimentos de
laboratorio realizados en los últimos años han demostrado que los átomos y las
partículas subatómicas, que la gente suele imaginar como «cosas»
microscópicas, no son en absoluto cosas, en el sentido de tener una existencia
independiente bien definida y una identidad diferenciada e individual. Sin
embargo, todos nosotros estamos compuestos de átomos: el mundo que nos
rodea parece dirigirse de manera inevitable a una crisis de identidad.
Estos estudios demuestran que la realidad, en la medida en que realidad
quiera decir algo, no es una propiedad del mundo exterior de por sí, sino que
está íntimamente trabada a nuestra percepción del mundo, a nuestra
presencia como observadores conscientes. Quizá sea esta conclusión, más que
ninguna otra, la que aporte mayor significación a la revolución cuántica, pues,
a diferencia de todas las revoluciones científicas anteriores, que apartaron
progresivamente a la humanidad del centro de la creación y le otorgaron el
mero papel de espectadora del drama cósmico, la teoría cuántica repone al
observador en el centro de la escena. De hecho, algunos científicos destacados
han llegado tan lejos como a sostener que la teoría cuántica ha resuelto el
enigma del entendimiento y de sus relaciones con el mundo material,
afirmando que la entrada de información a la conciencia del observador es el
paso fundamental para la creación de la realidad. Llevada a su extremo, esta
idea supone que el universo sólo alcanza una existencia concreta como
resultado de esta percepción: ¡lo crean sus propios habitantes!
Tanto si se aceptan como si no estas últimas paradojas, la mayoría de los
físicos está de acuerdo en que, al menos en el plano atómico, la materia se
mantiene en un estado de animación suspendida, de ir–
realidad, hasta que se efectúa una medida u observación real. Examinemos
con detalle este curioso limbo que corresponde a los átomos cogidos entre
muchos mundos e indecisos de adónde ir. Nos preguntaremos si este limbo se
reduce a lo subatómico o bien si puede entrar en erupción dentro del
laboratorio e infiltrarse en el cosmos.
Las famosas paradojas del gato de Schrödinger y del amigo de Wigner, en la
que se coloca un individuo, aparentemente, en un estado de «vida–muerte» y
se le pide que relate sus sensaciones, se examinarán con vistas a asegurarse
de la verdadera naturaleza de la realidad.
En la teoría cuántica ocupa un lugar central la incertidumbre inherente del
mundo subatómico. El deseo de creer en el determinismo, donde todo
acontecimiento tiene su causa en algún acontecimiento anterior y el mundo se
despliega según un esquema ordenado y regido por leyes, está profundamente
arraigado y constituye el fundamento de muchas religiones. Albert Einstein se
adhirió firmemente a esta creencia durante toda su vida y no pudo aceptar la
teoría cuántica en su forma convencional, pues la revolución cuántica inyecta
un elemento aleatorio en el nivel más básico de la naturaleza. Todos nosotros
sabemos que la vida es algo arbitrario y que nunca es posible predecir con
exactitud el futuro de los sistemas complejos, como son el tiempo o la
economía, pero la mayor parte de la gente cree que el mundo es en principio
predecible, con tal de disponer de la suficiente información. Los físicos solían
creer que incluso los átomos obedecían determinadas reglas, moviéndose
según algún sistema de actividad preciso. Hace dos siglos, Pierre Laplace
afirmó que, si se conocieran todos los movimientos atómicos, se podría trazar
todo el futuro del universo.
Los descubrimientos que han tenido lugar en el primer cuarto de este siglo han
revelado que en la naturaleza existe un aspecto rebelde. Dentro de lo que
parece ser un cosmos regido por leyes, hay un azar –una especie de anarquía
microscópica– que destruye la predicibilidad mecánica e introduce una
incertidumbre absoluta en el mundo del átomo. Sólo las leyes probabilísticas
regulan lo que por lo demás es un microcosmos caótico.
Pese a la protesta de Einstein de que Dios no juega a los dados, al parecer el
universo es un juego de azar y nosotros no somos meros espectadores, sino
jugadores. Si es Dios o si es el hombre quien lanza los dados, resulta que
depende de si en realidad existen o no múltiples universos.
Sea azar o elección, el universo que realmente percibimos ¿es un accidente o
lo hemos «elegido» entre un desconcertante haz de alternativas? Seguramente
la ciencia no tiene ninguna tarea más urgente que la de descubrir si la
estructura del mundo que nos rodea –la ordenación de la materia y de la
energía, las leyes a que obedecen, las cantidades que han sido creadas– es un
mero capricho del azar o si es una organización profundamente significativa de
la que somos una parte esencial. En las secciones posteriores del libro se
presentarán, a la luz de los más recientes descubrimientos astrofísicos y
cosmológicos, algunas ideas nuevas y radicales sobre este particular.
Se sostendrá que muchos de los rasgos del universo que observamos no
pueden separarse del hecho de que estamos vivos para observarlos, pues la
vida está muy delicadamente equilibrada dentro de las escalas del azar. Si se
acepta la idea de los universos múltiples, habremos elegido como
observadores una esquina diminuta y remota del superespacio que no es en
absoluto característica del resto, una isla de vida en medio de los precipicios de
las dimensiones deshabitadas. Esto plantea el problema filosófico de por qué la
naturaleza incluye tanta redundancia. ¿Por qué produce tantos universos
cuando, salvo una pequeña fracción, han de pasar desapercibidos? Por el
contrario, si se relegan los demás universos a mundos fantasmales, tendremos
que considerar nuestra existencia como un milagro tan improbable como difícil
de creer. La vida resultará ser entonces verdaderamente azarosa, más azarosa
de lo que nunca habíamos pensado.
La incertidumbre inherente a la naturaleza no se limita a la materia, sino que
incluso controla la estructura del espacio y del tiempo. Demostraremos que
estas entidades no son meramente el escenario sobre el que se desarrolla el
drama cósmico, sino que forman parte del reparto. El espacio y el tiempo
cambian de forma y extensión –dicho sin rigor, van y vienen– y, al igual que la
materia subatómica, su movimiento tiene algo de aleatorio e incontrolado.
Veremos cómo en la escala ultramicroscópica los movimientos incontrolados
pueden destrozar el espacio y el tiempo, dotándoles de una especie de
estructura hueca y espumosa, llena de «túneles» y «puentes».
Nuestra vivencia del tiempo está estrechamente unida a nuestra percepción de
la realidad y cualquier intento de construir un «mundo real» deberá hacer
frente a las paradojas del tiempo. El rompecabezas más profundo de todos es
el hecho de que, al margen de nuestra experiencia mental, el tiempo no pasa
ni hay pasado, presente y futuro. Estas afirmaciones son tan pasmosas que la
mayor parte de los científicos llevan una doble vida, aceptándolas en el
laboratorio y rechazándolas sin pensarlo en la vida cotidiana. Pero la noción de
un tiempo en movimiento no tiene virtualmente sentido ni siquiera en los
asuntos cotidianos, pese al hecho de que domine nuestro lenguaje,
pensamientos y acciones.
Quizás ahí radiquen los nuevos avances, en desenredar el misterio de los
vínculos entre el tiempo, el entendimiento y la materia.
Muchos de los temas de este libro son más raros que si fueran inventados,
pero lo que debe destacarse no es su peculiaridad, sino el que la comunidad
científica los conoce desde hace mucho sin haber intentado comunicarlos a la
opinión pública. Probablemente en razón, sobre todo, de la naturaleza
excepcionalmente abstracta de la teoría cuántica, más el hecho de que por
regla general sólo se accede a ella con ayuda de matemáticas muy avanzadas.
Desde luego, muchos de los temas de los siguientes capítulos desafiarán la
imaginación del lector, pero las cuestiones son tan profundas e importantes
para nosotros que se debe intentar salvar distancias y comprenderlas.




Tomado de : PAUL DAVIES

                     Otros Mundos(Espacio, superespacio y el universo cuántico)

Realice un resumen de la lectura anterior, destacando los puntos que, considere más importantes de ella.

Entregar  En una ficha de trabajo, escrita a mano, con todos sus datos para el día  04 -10- 2013.

                                                             SUERTE.

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